domingo, 7 de septiembre de 2025

EL RESCATE DE PELETE

 La trascendente importancia de los relatos infantiles


DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDIINARIO - ANTI-CAMPAÑA ELECTORAL

 

 

Anti-campaña electoral

Domingo 23 Ciclo C

 

El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quedase completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

El problema

            El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús. La mayoría no son discípulos, sino simples interesados, en busca de un milagro o una enseñanza. Es lógico que alguno desease unirse más estrechamente al grupo de Jesús. Él, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones.

Primera condición: renuncia a lo más querido

Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 

            En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella:

            Dijo a sus padres: No os hago caso;

            a sus hermanos: No os reconozco;

            a sus hijos: No os conozco.

            Cumplieron tus mandatos

            y guardaron tu alianza (Deuteronomio 33,9)

            Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos.

            En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo.

Segunda condición: arriesgar la fama y la vida

            Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío.

            Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23).

            La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir.

            El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

Una pausa para reflexionar y desanimar

            Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento. «Antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo.»

¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?  No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."

            ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Lo mismo vosotros.

Tercera condición: renuncia a los bienes materiales

            El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

            A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al rico: Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28).

Nada nuevo bajo el sol

            Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo.

                957Mientras iban de camino, uno le dijo:

            ‒ Te seguiré adonde vayas.

                58Jesús le contestó:

            ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza.

                59A otro le dijo:

            ‒ Sígueme.

            Le contestó:

            ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

                60Le replicó:

            ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios.

                61Otro le dijo:

            ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

                62Jesús le replicó:

            ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.

¿Exigencias para todos los cristianos?

            En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

            El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

            Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente tuvieron que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, cuando los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús suponía en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano.

El misterio

            Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

sábado, 30 de agosto de 2025

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO - BANQUETE, ENSEÑANZA Y CONSEJO

 

Banquete, enseñanza y consejo

Domingo 22 Ciclo C

 

Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que suscita sospecha. Un sábado, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la invitación.

 Primera parte: una enseñanza (Lc 14,7-11)

            Se supone, aunque no se cuenta, que todos los invitados corren a ocupar los primeros puestos. Hace veinte siglos, conseguir uno de ellos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias. Jesús aprovecha para ofrecer una lección.

            Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste. "Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

            Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos.

            Sin embargo, lo que nos puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los oyentes comprendían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino de una actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que termina con la misma enseñanza.

            “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).

Segunda parte: un consejo (Lc 14,12-14)

            A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:

            Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. 

                        Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos.

            Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

            Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante. En las sociedades agrarias, como la del imperio romano, «pobres, lisiados, cojos y ciegos», al no poder trabajar, formaban parte del estrato más bajo, la clase de los despreciables. Y, desde un punto de vista religioso, estas personas quedaban excluidas en Israel de ciertas funciones sacerdotales o de la pertenencia a la comunidad de Qumrán.

Por consiguiente, Jesús se manifiesta en contra de las normas sociales y religiosas vigentes. Pero hay otro aspecto fundamental en sus palabras: lo importante no es lo que obtenemos en esta vida, sino lo que nos darán en la otra. Lo mismo que dice a propósito de la limosna, la oración y el ayuno en el Sermón del monte, cuando contrapone la recompensa efímera que se consigue en la tierra con la perenne que Dios da (Mateo 6,1-18).

La referencia a la «resurrección de los justos» no significa que solo ellos vayan a resucitar. La expresión solo aparece otras dos veces, y en ambas ocasiones va acompañada de la resurrección y castigo de los malvados. Pablo dice al gobernador Félix que «habrá resurrección de justos e injustos» (Hechos 24,15). Y el cuarto evangelio: «los que obraron bien obtendrán una resurrección de vida, los que obraron mal una resurrección de juicio» (Juan 5,29).

Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)

            Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema del evangelio.

            Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

            Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. 

            No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. 

            El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. 

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

NO PERDER NINGUNA OCASIÓN PARA AMAR

 “No perder ninguna ocasión para amar"


Salvador Gómez Sánchez de la Campa

                                                                      

A los que conocemos a Salvador, a los que hemos seguido con atención su dilatada trayectoria vital, pastoral, docente e investigadora, y, sobre todo, a los que hemos estado pendientes de su respuesta a la vocación sacerdotal, no nos sorprende una afirmación -simple y profunda- que, sobre él, repiten sus amigos: “Hay que ver la habilidad con la que ha hecho convergente su entrega a la enseñanza de la Teología, a la Iglesia y a los fieles a él encomendados”. Esta breve frase retrata, a mi juicio, al sacerdote y al intelectual –una mezcla de sabiduría, de sensibilidad y de sentido eclesial- que encierra la razón honda de su intensa y dilatada dedicación al estudio y a la enseñanza como cauces de la acción pastoral. Esta es la clave que explica su entrega a la docencia como verdadero ministerio.

            La explicación de su apasionada y, al mismo tiempo, rigurosa dedicación a en las diferentes tareas encomendadas por los obispos –Coadjutor, Párroco, Vicario General de la Diócesis de Ceuta y Capellán de Monjas de Clausura- siempre han estado apoyadas en el estudio y en la enseñanza de la Teología alimentada por sus análisis Bíblicos, Históricos y Eclesiales. Pensador y crítico, disfruta indagando raíces, analizando palabras y relacionando ideas impulsado por su pretensión de saber mucho sobre Jesús de Nazaret, sobre la sociedad y sobre la Iglesia.

            En mi opinión, lo más sorprendente de este sacerdote es la habilidad con la que armoniza la fe con la ciencia, la teoría con la práctica, la humildad con la autoridad, la confianza con el respeto y, sobre todo, la claridad con el rigor, y la sencillez con el esplendor de la Liturgia. Estas cualidades son los resultados de su estudio concienzudo y del hábito adquirido desde la adolescencia para analizar los problemas humanos aplicando las luces de la razón y las pautas del Evangelio. Él parte del supuesto según el cual el buen uso de la palabra es una muestra de inteligencia, un signo de cortesía y la herramienta imprescindible para anunciar, explicar y comunicar los mensajes cristianos.

            Ahí radican las preguntas que, cuando tengo la fortuna de cruzarme con él en mis “paseos terapéuticos”, le formulo sobre su manera de interpretar, de vivir y de amar nuestro tiempo, sobre las formas de renovar los comportamientos personales y eclesiales, sobre el diálogo Iglesia-mundo e, incluso, sobre los perfiles de los sacerdotes actuales. Estoy de acuerdo con él, por ejemplo, en que, ante el desconcierto generado por las importantes y delicadas situaciones cambiantes, es necesario que, en el diálogo con la sociedad, hay que renovar el lenguaje con el fin de sintonizar la fe y la vida, y que el anuncio y el testimonio de Jesús se explique de la manera lo más directa y clara posible.

Y es que, efectivamente, la Teología debe y puede responder a las situaciones actuales de desconcierto, de angustia, de apatía, de desigualdades, de pobreza, de dolor de muchos y de confort de pocos. Es comprensible, por lo tanto, que, en nuestro encuentro de hace unos días, coincidiéramos con la oportunidad y claridad de las palabras de León XIV: "en la familia, en la parroquia, en la escuela y en los lugares de trabajo, en cualquier lugar donde nos encontremos, intentemos no perder ninguna ocasión para amar". 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura


viernes, 22 de agosto de 2025

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO - CUÁNTOS, CÓMO Y QUIENES SE SALVAN

 

Cuántos, cómo y quiénes se salvan

Domingo 21 Ciclo C

 

Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.

            Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.

            Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz; los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.

Una pregunta absurda: cuántos

            Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
            Uno le preguntó:

            ‒ Señor, ¿serán pocos los que se salven?

            Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: “¿Serán muchos los que se condenen?” Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿Qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.

Una enseñanza: “entrar por la puerta estrecha”

            Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general.

Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

            La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).

            En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.

            Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”.

            La experiencia demuestra que vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.

Un final sorprendente y polémico: quiénes

            La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.

            El libro de Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.

Sin embargo, las palabras que pone Lucas en boca de Jesús afirman algo muy distinto. Empalmando con la idea de que muchos intentarán entrar y no podrán, nos sorprende con la siguiente descripción:

            Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa.

            La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21). Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente.

Moraleja y matización

            Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús.

            Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados. El mismo Lucas, cuando escribe el libro de los Hechos de los Apóstoles, presenta a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque generalmente sin mucho éxito.

Primera lectura: Isaías 66, 18-21

Así dice el Señor:

            Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. 

            Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén ‒dice el Señor‒, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas ‒dice el Señor‒.

            El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).

Segunda lectura: cuando Dios nos mete por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)

            Este breve fragmento de la Carta a los Hebreos no tiene nada que ver con el evangelio. Pero es una hermosa exhortación que lo complementa. En el evangelio se nos anima a «entrar por la puerta estrecha». Muchas veces es la vida la que se estrecha en torno a nosotros, como si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la carta enfoca esos momentos difíciles como una reprensión o corrección del Señor. Pero es la corrección de un Padre que desea lo mejor para su hijo, idea que debe consolarnos y fortalecernos.  

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

DE CÓMO LAS EXPERIENCIAS DOLOROSAS ENRIQUECEN LA VIDA

 De cómo las experiencias dolorosas enriquecen la vida

George Berkeley

Obediencia pasiva y otros escritos

Madrid, Alianza Editorial, 2025

 

A mi juicio, esta edición de siete obras de uno de los filósofos empiristas británicos más influyentes posee en la actualidad una singular importancia porque nos ayuda a interpretar de manera racional y razonable las situaciones políticas y sociales actuales que guardan cierto parecido con los problemas de inseguridad y de deterioro moral de aquella época. Repitiendo los juicios de Paul J. Olscamp sobre la filosofía moral de Berkeley (1970), estoy convencido de que sus principios y sus criterios éticos, y, sobre todo, sus ideas sociales y políticas alcanzan en la actualidad una singular relevancia.

En mi opinión, su pensamiento es especialmente válido para reflexionar sobre la importancia del uso de la razón en la administración y en el control de las pasiones e, incluso, en la necesidad de reflexionar para evitar hacernos esclavos de nuestras reacciones espontáneas que, aunque justificadas con razonamientos políticos e, incluso, religiosos, en el fondo están impulsadas por fuerzas ciegas.  

Con sus ideas humanistas, ilustradas y trascendentes hace que la reflexión, la coherencia moral y el compromiso social sean vías convergentes para librarnos de la esclavitud de las pasiones y para cultivar el bienestar personal y social. Por eso opino que su pensamiento filosófico tiene mucho que ver con aquellas actitudes éticas y políticas de una sociedad que guarda ciertos parecidos con la nuestra. Aquel clima político incierto, aquel proceso de deterioro intelectual de los líderes y, por supuesto, aquellas crisis económicas pueden iluminar algunos de los conflictos que hoy vivimos.

Si, por su condición de obispo anglicano, reflexionó sobre la relación teórica y práctica de la religión con el pensamiento y con la vida individual familiar y política, sus ideas también tienen mucho que ver con la dimensión social de la economía. A mi juicio, es oportuno y orientador –quizás imprescindible- el prólogo del filósofo actual Alberto Luis López. De manera especial me ha llamado la atención la importancia decisiva que concede a la experiencia sensorial, a su rechazo de las ideas innatas y su defensa de esa "tabla rasa" con la que  nacemos y que se va llenando con la experiencia dolorosa de la vida real.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 15 de agosto de 2025

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO - ECHANDO LEÑA AL FUEGO

ECHANDO LEÑA AL FUEGO 

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


Dicen que ha sido la ola de calor más larga desde que existen registros, con incendios en España, Francia, Turquía… En este contexto parece de mal gusto que Jesús se presente como un gran pirómano ansioso de pegar fuego al mundo. Y no para ahí la cosa. Los europeos concebimos el mes de agosto como un momento de vacaciones, de descanso, al menos para muchos. Y las lecturas de este domingo no ayudan a descansar. Comienzan hablando del profeta Jeremías, arrojado a un aljibe para que muera (1ª lectura). Sigue la carta a los Hebreos hablando de Jesús, que soportó la cruz, y nos recuerda que todavía no hemos derramado sangre en nuestra lucha con el pecado (2ª lectura). Y el evangelio, al deseo de Jesús de pegar fuego al mundo, añade que no ha venido a traer paz, sino división, incluso en el ámbito más íntimo de la familia.

Después de las enseñanzas de los domingos anteriores, centradas en lo que nosotros debemos hacer, Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Presupuesto necesario para entenderlo es conocer la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro, el Reinado de Dios.   

Lucas va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.

La misión: prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo,

El destino: la muerte

Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan Bautista al pecado: cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La mision: dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            En adelante, una familia de cinco estará dividida:

            tres contra dos y dos contra tres;

            estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,

            la madre contra la hija y la hija contra la madre,

            la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

            Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

            Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Sin embargo, para no tener que hacerlo, decide enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

            Jesús dice todo lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

            ¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

            Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

El ejemplo de Jesú 

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura (Hebreos 12,1-4) ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, conocedor de las Olimpiadas griegas: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo. Incluso en una época de descanso y vacaciones, es bueno recordar el ejemplo de Jesús, su entrega plena.

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Reflexión final

            Estas lecturas no han sido elegidas para amargarnos las vacaciones, pero nos ayudan a pensar en los que no tienen vacaciones, en los perseguidos por su fe y sus denuncias, como Jeremías; en los que han elegido un duro y peligroso trabajo de médico, enfermero, asistente social, ayudante de cualquier tipo, arriesgando su vida en Gaza, Ucrania, Siria, Sudán, Congo…; en las familias que se han roto porque uno o varios de sus miembros han decidido seguir a Jesús. Podemos hacer algo más útil que protestar del calor: pedir por ellos.

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

 

LA ENSEÑANZA Y LA INVESTIGACIÓN COMO SERVICIO SOCIAL

 La enseñanza y la investigación como servicio social

Serafín Bernal Márquez                  

Los gérmenes de las vocaciones profesionales, como ocurre con los rasgos anatómicos y psicológicos, están ocultos en los genes y empiezan a germinar en la más tierna infancia. No es extraño, por lo tanto, que los amigos y los compañeros de Serafín Bernal lo trataran, desde muy pequeño, como ese personaje que llegaría a ser un científico, un profesor y un investigador.

Con su pinta de sabio ensimismado y con su discreta timidez, es el arquetipo del hombre correcto y de trato cortés. Controlado emocional y físicamente, es a la vez abstraído y atento; tiene algo de esa cortesía retraída de los pensadores, una manera de suavizar con el tono de voz el volumen de las cosas que sabe y una forma de mitigar con los gestos la autoridad con la que puede decirlas.

Los que somos testigos de su entrega a la Universidad de Cádiz hemos experimentado una satisfacción compartida y sentimos una honda alegría al comprobar cómo, paso a paso, ha ido convirtiendo sus propósitos iniciales en una fecunda realidad vital. Serafín es un corredor de fondo que, tras un disciplinado entrenamiento, y respetando todas las reglas de juego, ha luchado para competir consigo mismo, poniendo a prueba las dotes intelectuales que lo acreditan como investigador y como un profesor.

Gracias a su generosa dedicación, nuestra Universidad y nuestra sociedad se han enriquecido con los resultados de los proyectos que él ha desarrollado en el sector alimentario o en la industria farmacéutica -como, por ejemplo, la eliminación de un residuo tan altamente contaminante como es el alpechín-, o con los procedimientos para la depuración de microorganismos capaces de degradar la materia orgánica.

La Facultad de Ciencias se ha nutrido con sus clases teóricas y prácticas; los profesores nos hemos sentido estimulados con sus reflexiones, con sus palabras y, también, con sus elocuentes silencios. Es posible que sus alumnos retengan en sus memorias, no sólo los amplios conocimientos científicos que él les ha proporcionado y su permanente preocupación didáctica, sino también, su actitud atenta, disponible y servicial.

Sus trabajos de investigación científica nos transmiten la serenidad de su mirada y la cordura de sus juicios que nos marcan el camino hacia el conocimiento y hacia la sabiduría, hacia las claves que nos ayudan a ordenar y a clasificar esta alocada y desigual abundancia de información, esta excesiva cantidad de bienes mal repartidos, este caos de un mundo que nos conduce hacia el malestar y hacia la irritación de unos, y hacia el bostezo y hacia el aburrimiento de otros.

Concienzudo y tenaz, Serafín Bernal es un buscador de procedimientos técnicos y un indagador de sentidos, un investigador que, desde las claves que le proporciona la Química, trata de explorar, de iluminar y de tomar conciencia del profundo sentido humano, para desvelar sus misterios, para señalar caminos inéditos, métodos nuevos y vías despejadas hacia una progresiva elevación de la calidad de la vida humana.

Sus trabajos nos enriquecen con su labor académica, con sus propuestas humanistas, con esa escuela que él ha creado, y, sobre todo, con su imagen diáfana de hombre cabal. La clave de la serenidad que transmite el rostro despejado de Serafín estriba en su realismo, en su sencillez y en su laboriosidad. En estos tres rasgos tan humanos reside también el secreto del equilibrio que caracteriza a sus juicios ponderados. Incansable trabajador, no ha necesitado encaramarse en peanas para creerse más alto ni colocarse galones para tratar de convencernos de estar en posesión de unos títulos que siempre son engañosos: nunca le han preocupado esos símbolos que, como todos sabemos, son burdas trampas que muchos se han inventado para vestir inútilmente el vacío existencial y para alimentar la insaciable vanidad humana.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

El tiempo que hará...